La primera visita fue en junio, invitado como conferencista al Foro Argentino de Contabilidad. Un encuentro con colegas de distintas provincias, organizado con un nivel de detalle que se agradece. Mi charla fue sobre el impacto de la tecnología en la profesión contable, y me encontré con un público muy interesado, con ganas de discutir y compartir experiencias. Esa energía de comunidad profesional, que a veces cuesta sostener en la rutina, estuvo muy presente.
Además del foro, me quedó la sensación de una ciudad amable, ordenada y con ese aire tranquilo de las capitales de interior. Me quedé un dias más para tener el tiempo necesario y caminar un poco, pero ya sabía que iba a volver.
Caminé por el centro, por la costanera, y me detuve a mirar los edificios antiguos que conviven con construcciones más modernas. Santa Fe tiene algo de ciudad que se deja descubrir despacio, sin apuro.
También aproveché para conocer un poco de su historia. Fundada en 1573, fue una de las primeras ciudades del Río de la Plata. Su ubicación junto al río Paraná marcó su desarrollo, con un fuerte vínculo entre puerto, comercio y vida social. Hay rincones que conservan ese espíritu: la costanera con sus vistas abiertas, las plazas amplias, las iglesias coloniales, rincones donde el tiempo parece ir más lento.
Tres meses después estaba otra vez en Santa Fe, esta vez para participar en las XIX Jornadas de Docentes Universitarios de Sistemas y Tecnologías de la Información (DUTI 2025). Un evento con un perfil distinto, más cercano a mis intereses, pero con la misma calidez en la organización (a cargo de colegas de la Universidad Nacional del Litoral) y en los intercambios. Volví a cruzarme con varios colegas de Argentina que había conocido en la edición del año pasado en Tandil, y aparecieron nuevas ideas y desafíos sobre la enseñanza de sistemas y nuevas tecnologías en carreras de ciencias económicas.
Aprovechamos también para hacer un recorrido por la Cervecería Santa Fe, la planta que produce dos de las marcas más tradicionales de la región (Santa Fe y Schneider), pero también internacionales como Heineken por ser del grupo CCU. La escala industrial impresiona, pero lo más llamativo es el “cervezoducto” que conecta la planta con el Patio Cervecero, donde se puede degustar el tradicional "liso" santafesino directamente del tanque al vaso. Un concepto que une industria, tradición y experiencia de consumo, todo en el mismo lugar.
Después del recorrido pasé por Palo y Hueso y por Okcidenta, dos cervecerías artesanales que muestran otra cara de la ciudad: emprendedora, creativa, con foco en el producto y en la comunidad que se arma alrededor. Probé varis IPAs locales que estaban excelentes y charlé un rato largo sobre cómo se mueve el sector. Da gusto ver proyectos que combinan oficio, innovación y pasión por lo que hacen.
Santa Fe apareció en mi agenda casi por accidente, y terminó siendo un destino muy interesante. A veces los viajes de trabajo tienen esa virtud: te llevan a lugares que no habías elegido, pero que terminan dejándote mucho más de lo que esperabas.
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