viernes, 18 de julio de 2025

USA Norte a Sur: (4) Nueva Orleans, destino y punto de inflexión


Llegar a Nueva Orleans fue como cruzar una frontera invisible. Algo cambia en el aire, en el ritmo, en los colores. Todo es más húmedo, más ruidoso, más desordenado. Más vivo. Desde Baton Rouge podríamos haber ido directo, pero preferimos desviarnos por el sur: Atchafalaya, Lake Fausse Pointe State Park, Chitimicha, Lake End Park, Sunshine Bridge y Sorrento. Caminos entre pantanos y plantaciones. Antes ya habíamos parado en Rosedown Plantation (Francisville) y las mansiones Rosalie y Longwood en Natchez que son la imagen más reconocible del viejo sur: columnas blancas, robles inmensos, la historia pesada que se siente aunque no se nombre.

Pero todo eso fue antes de entrar a Nueva Orleans. Acá ya no hay medias tintas. En cuanto empezamos a recorrer sus calles ya estábamos del otro lado. La ciudad no se visita, se experimenta. En el Barrio Francés todo parece escenario: Jackson Square, la catedral de St. Louis, los músicos callejeros, los balcones de hierro forjado. Después nos perdimos entre los bares de Bourbon Street. Algunos nos parecieron un delirio, otros irresistibles.

Comí una Muffuletta en Central Grocery, que fue como morder una enciclopedia siciliana, y nos tomamos el tranvía para recorrer el Garden District, todo sombra y mansiones elegantes. Las cervezas fueron en el bar Bulldog, pero la noche cerró con jazz en el Café Beignet del Musical Legends Park, y el aire cargado de trompetas y voces rasposas.

El segundo día inició con un recorrido en barco a vapor por el Misisipi (Steamboat Natchez) y luego visitar el Louis Armstrong Park, donde Congo Square vibra todavía con la energía de lo que alguna vez fue: un especio de música, baile y ceremonias de los esclavos africanos.

Probar un Po’ Boy, caminar sin rumbo, comer nueces pecanas, dejarse llevar. Nueva Orleans no es una ciudad para marcar en un mapa. Es un estado de ánimo.

Después de casi dos semanas en la ruta, el regreso se sintió raro. Pero volver con esta música en la cabeza —y una larga historia en el cuerpo— es lo mejor que uno se puede llevar de este recorrido por los estados de Illinois, Missouri, Kentucky, Tennessee, Arkansas, Mississippi y Louisiana.

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miércoles, 16 de julio de 2025

USA Norte a Sur: (3) Mississippi profundo


Dejar Memphis fue como cambiar de frecuencia. La ciudad había sido intensa, llena de historias grandes. Pero al salir por la Ruta 61, el ritmo bajó. El paisaje se volvió más plano, más rural. La música seguía sonando, pero más lejos, más suave.

En Túnica asamos por el centro de visitantes y el Gateway to the Blues Museum, una joya en la ruta apenas afuera de Memphis, y después nos desviamos un rato para localizar The Hollywood Café, un clásico del Delta que aparece en la letra de Walking in Memphis (no confundir con el bar donde entró Míriam en la canción de Los Terapeutas). La ruta atraviesa campos infinitos y pueblos donde el tiempo parece haberse detenido. En el cruce de caminos de la 61 y la 49, en Clarksdale, dicen que Robert Johnson vendió su alma al diablo para tocar el blues como jamás nadie lo había hecho. No es el único lugar que se adjudica el mito —Rosedale también lo reclama y por ahí estuvimos — pero en esta esquina hay guitarras colgadas en el aire con el típico marketing de leyenda que no necesita mucha explicación.

Clarksdale es mínima, polvorienta, solitaria, abandonada: pura atmósfera. Fui hasta el Ground Zero Blues Club, pero me quedé con las ganas de pedir tomates verdes fritos y tamales, estaba cerrado. Cruzamos a otro de los bares que tienen música en vivo al caer la tarde. Al igual que otros como el Red's Lounge, los bares abren cuando le parece, y eso también es parte del encanto. 

La ciudad vive en clave de blues y a su ritmo. El Delta Blues Museum mezcla historia, guitarras y polvo. Cerca está la Cutrer Mansion, donde Tennessee Williams encontró inspiración para Un tranvía llamado deseo. Al salir, pasamos por Hopson Commissary y Shack Up Inn, dos lugares detenidos en otra época. Uno podría quedarse ahí, con una cerveza, escuchando cómo el sur cuenta sus historias sin apuro.

La ruta hacia Vicksburg fue larga, pero con paradas que arman su propio relato. Encontramos las calles polvorientas donde se grabó la versión cinematrográfica del cruce de caminos entre chacras rurales y mosquitos. En Leland, con su pequeño museo de vida salvaje y otro dedicado al blues de la Highway 61. Seguimos por Yazoo City, cruzamos Bentonia para ver el mítico Blue Front Café, y llegamos a Vicksburg al atardecer, con el Mississippi como telón de fondo.

Vicksburg tiene otra energía. No es el sur musical, sino el sur de los fantasmas de la Guerra Civil. Visitamos el National Military Park, donde las colinas suaves esconden trincheras, cañones y placas. En el centro, el Old Courthouse y el Depot Museum ofrecen una historia más doméstica, más cotidiana, que incluye los desafíos de las inundaciones en el Mississipi.

Comimos pescados de río en DL y subimos al 10 South Rooftop Bar esperando ver un rojo atardecer, pero la lluvia fue la estética reinante.

A la mañana siguiente volvimos a la ruta. Paramos en The Tomato Place, que parece más un mercado improvisado que un restaurante. En Natchez, nos esperaban mansiones, tamales y balcones al río. Fat Mama's es una parada inevitable, al igual que el puente que cruza hacia Louisiana. Me despedí (por ahora) de Mississippi, y ya del otro lado, Baton Rouge nos recibió con su Capitolio desproporcionado, como un rascacielos plantado en la llanura.

Este tramo del viaje fue menos turístico, pero más revelador. Todo está más disperso, más callado. Pero si uno se detiene lo suficiente, el sur empieza a hablar. A veces con música, a veces con silencio.

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viernes, 11 de julio de 2025

USA Norte a Sur: (2) Cruzando el corazón del país


Después de varios días caminando por Chicago, era hora de cambiar el ritmo. Fuimos a retirar el auto de alquiler bien temprano. El plan era sencillo en el papel: manejar hacia el sur con San Luis como primer destino, pero la ruta tenía algunas ramificaciones tentadoras. Una de ellas era Gary, Indiana. Dudamos si desviarnos hasta la casa natal de Michael Jackson —un barrio humilde, una fachada que es más mito que museo. Por ahí cerca estuvo el Mister Lucky Lounge, donde debutaron los Jackson Five, hoy cerrado y abandonado. No nos animamos. La idea de visitar un lugar tan cargado y a la vez tan deshecho nos pareció una especie de contradicción difícil de sostener.

Buscando un lugar interesante y cercano en Indiana, y la mejor opción era desviarnos hasta el Dunes National Park, donde recorrimos el histórico Bailly Homestead y la Chellberg Farm. Nos quefamos finalmente con las ganas de ir hasta la Washington Park Beach para fotografiar su faro y marcar un estado más en el mapa del viaje, pero nos demoramos demasiado en retirar el auto e iniciar el largo recorrido que teníamos previsto para el primer día. 

Quedó para otro viaje hacer un recorrido por las fábricas oxidadas del cinturón industrial, y nos metimos de lleno en el corazón del país.

La Ruta 66 apareció como una vieja melodía que se reconoce apenas suena. Paramos en el Polk-A-Dot Drive In, que parece una cápsula del tiempo con decorado de los 50 y "esculturas" de personajes icónicos. 

Springfield, la capital de Illinois, nos recibió con una calma administrativa. Pasamos por la tumba de Abraham Lincoln, y por el Capitolio del Estado que impone desde afuera. Antes de seguir rumbo a San Luis, hicimos varias paradas en rincones que se esfuerza por ser almacenar la nostalgia de la ruta que unía el este con el oeste.

Ya cerca del destino, desviamos por la Ruta 270 para cruzar el Chain of Rocks Bridge, un puente peatonal que alguna vez fue parte de la Ruta 66. Tiene una curva rara en el medio y una vista del Mississippi que justifica el rodeo. Entramos a San Luis por la 367, una entrada menos turística pero más auténtica.

Caminamos un poco por el Gateway Arch Trail y llegamos hasta el imponente arco que simboliza la expansión hacia el oeste. Un monumento simple y descomunal a la vez. Después nos perdimos un rato en Forest Park, un espacio verde que es más grande que el Central Park y con menos pretensión. El Mississippi Riverfront tiene esa mezcla de río poderoso y costado industrial que tanto caracteriza a esta zona del país. En el Soulard District encontramos un poco más de vida: bares con blues en vivo, mercados de productos locales, y esa sensación de que la ciudad se guarda cosas para la noche.

Habíamos previsto ir a Blueberry Hill, el famoso restaurante donde solía tocar Chuck Berry, pero nos pareció que ese homenaje podía esperar. A veces conviene dejar algo pendiente.

La mañana siguiente trajo otra ruta. Desde San Luis a Nashville hay poco más de 500 kilómetros. Salimos temprano, y pasamos por Cairo, una ciudad en el cruce de los ríos Mississippi y Ohio, que hoy parece detenida en el tiempo. Casas vacías, tiendas cerradas, e historias de violencia y segregación racial muy complejas que siguen pesando en el aire.

Más adelante, Paducah, en Kentucky, ofreció un respiro amable. El centro está lleno de murales y tiene ese aire de pueblo que quiere ser visitado. Después tomamos la 24 y llegamos a Nashville por la tarde.

Lo primero fue recorrer el Nashville Farmers' Market y Germantown, dos lugares que muestran el costado más relajado de la ciudad. El War Memorial Auditorium, enorme y solemne, estaba cerrado en mantenimiento. 

Para recuperar energía, y aprovechando lls festejos del 4 de juluo, nos metimos de lleno en la Bourbon Street Blues, llena de esos bares donde la música en vivo es una constante, no un evento.

Broadway Street es otra cosa. Un carnaval de luces y ruido, donde cada bar parece competir por volumen y cantidad de guitarras colgadas. Vimos el Johnny Cash Museum, pasamos por el Whiskey Row de Dierks Bentley, Layla’s, The Stage, Tootsies, y el mítico Ryman Auditorium, donde la historia del country se puede sentir en cada rincón. Difícil abarcarlo todo en una noche, pero casi ninguno cobra entrada ni obliga a consumir. Entrar, escuchar un poco de música, intentar comprender el ambiente local y salir en búsqueda de un nuevo bar, fue la constante. Mucha bota y sombrero de cuero a pesar del calor de la noche.

Al salir de Nashville pasamos por The Parthenon, una réplica exacta del original griego que parece fuera de lugar pero tiene sentido en esta ciudad que se autoproclama “la Atenas del Sur”. Después, una visita rápida al Studio B de RCA Victor, donde grabaron leyendas como Elvis y Roy Orbison, y un vistazo a The Orchard, un espacio artístico comunitario, pero que al estar cerrado dice poco y nada.

La ruta 40 nos llevó directo a Memphis. A la entrada, nos sorprendió la pirámide del Bass Pro Shops, que es un shopping y mirador adentro de una estructura egipcia gigante. Inexplicable, como muchas cosas en este país, pero ahí está.

Memphis tiene otro pulso. Empezamos en Sun Studios, el lugar donde Elvis grabó su primer tema. Una cápsula sonora detenida en 1954. Luego el downtown: la plaza de Elvis Presley, el BB King’s Blues Club, el Rum Boogie y el Rock 'n' Soul Museum. Ver el atardecer sobre el río desde Beale Street Landing fue uno de esos momentos en los que todo encaja.

Al otro día visitamos el National Civil Rights Museum, construido alrededor del Lorraine Motel, donde asesinaron a Martin Luther King. El silencio que se impone ahí no es el mismo que en un museo tradicional. Es más denso. Más profundo. Caminamos también por donde Rosa Parks luchó por los derechos civiles de los afroamericanos.

Vimos el puente que separa Tennessee de Arkansas. Cruzamos para almorzar cómida tradicional del luegar y anotar un nuevo estado en la lista. Una línea en el mapa con muchas capas debajo.

Antes de dejar la ciudad, paramos en el Stax Museum of American Soul Music, una joya escondida que cuenta otra cara del soul, menos blanca, más auténtica. Y sí, pasamos por Graceland, aunque lo hicimos más por deber que por fanatismo. El cierre fue en la Full Gospel Tabernacle Church, donde a veces canta el reverendo Al Green. No tuvimos esa suerte, pero igual fue un cierre espiritual.

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martes, 8 de julio de 2025

USA Norte a Sur: (1) Chicago, la ciudad que mira hacia arriba


Durante mucho tiempo tuve la idea de hacer un viaje por carretera desde Chicago hasta Nueva Orleans. No solo por lo que prometen las ciudades de inicio y fin del recorrido, sino por lo que insinúan los espacios intermedios: las ciudades míticas de la Ruta 61, los pueblos chicos, los tramos largos de ruta, las estaciones de servicio perdidas, las historias mínimas que aparecen cuando uno baja la velocidad. Esta serie de cuatro artículos no es una guía de viaje, ni pretende serlo. Es, más bien, una crónica personal de lo que fui viendo, sintiendo y reflexionando mientras bajaba hacia el sur. Un intento de narrar el movimiento, pero también los silencios, los contrastes y las marcas que deja el camino.

Hoy comienzo con mi recorrido en Chicago, la ciudad que mira hacia arriba.

Hay ciudades que no se caminan: se observan hacia arriba. Chicago es una de ellas. No solo por sus rascacielos, que son una forma de testimonio, sino porque su historia, sus cicatrices y su vitalidad no están solo a ras del suelo. Empezar este viaje hacia el sur desde aquí no fue casual. Fue una elección con peso simbólico. Desde este punto parte la Ruta 66 (que recorrí hace más de 25 años), y de alguna manera, también parte una cierta concepción de lo que es Estados Unidos.

Llegamos en avión, pero para empezar a caminar lo hicimos desde Union Station, y nos fuimos dejando llevar por el ritmo de la ciudad, que al principio se siente densa pero ordenada. A la vuelta de la esquina se  ve la Willis Tower. Chicago desde la altura se ve como una maqueta precisa. Luego caminé hasta la intersección de la calle Adams y la avenida Michigan donde está el cartel que marca el inicio de la Ruta 66. Pequeño, modesto, pero cargado de una promesa. Lo fotografié sin demasiado entusiasmo, sabiendo que ese símbolo iba a volver más adelante en el viaje.

Seguimos hacia el Instituto de Arte de Chicago, que es de esos lugares que te pueden absorber por horas si no te cuidás. Justo enfrente, el Millennium Park me devolvió al presente: la fuente de las caras que escupen agua y el famoso "Bean", que distorsiona todo y a la vez lo refleja con una nitidez inquietante. Más al sur, en el Grant Park, la Fuente de Buckingham me regaló una postal clásica de ciudad. Cerré este primer recorrido en el Field Museum, un templo de historia natural con ese aroma inconfundible a ciencia y solemnidad.

Comimos al paso. En los carritos (foodtrucks) encontré una forma de entender la ciudad por el estómago. Usé dos apps que funcionaron bien: Truckster y StreetFoodFinder. Los puestos cambian, así que conviene chequear antes de salir.

Recorrimos el Riverwalk a pie (quedó pendiente tomar uno de esos barcos turísticos que ofrecen un recorrido arquitectónico por el río). Sorprende cuánto se puede entender de una ciudad por cómo se construyó. Cada edificio cuenta una parte de la historia, cada ángulo habla del tiempo. Crucé el río para ver una escultura que no esperaba: "Wings of Mexico", unas alas enormes de bronce que parecen fuera de lugar y sin embargo encajan. Llegué al Navy Pier, más turístico, pero con una vista abierta al lago que regala un oasis en el hormigón (a pesar de la enorme cantidad de gente).

Más tarde caminamos hasta el Haymarket Memorial, en homenaje a los mártires de Chicago. No está cerca de nada, casi no se nombra en las agendas turísticas, pero vale la caminata por lo que significa en la historia de la lucha de los trabajadores. De camino pasamos por el City Hall y vimos la escultura de Picasso, una figura de un caballo a su estilo. Muy particular como Chicago misma, quizás.

Un tip barato y divertido: subirse al tren elevado (necesario además porque alojarse en el down town es carísimo). La línea marrón da una vuelta hermosa por el centro, con vistas inesperadas. Por 5 USD tenés un pase de 24 hs que también sirve para cualquier traslado en bus. Es una experiencia de cine urbano en tiempo real.

Recorrimos la Magnificent Mile y llegamos hasta el John Hancock Center, donde se encuentra el mirador 360 Chicago  (vale la pena subir, disfrutar la vista y descubrir las playas que no son pocas). A pocos pasos entramos a la Fourth Presbyterian Church, una iglesia gótica que parece suspendida en el tiempo. Luego fuimos hasta Lincoln Park. El zoológico es gratuito pero no encontramos mucho para ver.

Fuimos a la Oak Street Beach. Me senté en la arena, miré el lago como si fuera un mar y por un rato dejé que el ruido urbano quedara atrás. Después bañarse en el lago. Nada que enviadiarle a una playa "de verdad".

La despedida ffuecon la original pizza de Chicago, con maíz, relleno y mucha salsa.

Chicago no se deja conocer del todo en cuatro días, pero ofrece lo suficiente como para quedarse pensando.

Ahora toca conducir por la frontera entre Illinois e Indiana. El sur espera.

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sábado, 21 de junio de 2025

Música uruguaya para extranjeros

Como me apasiona la música, cada vez que viajo o recibo visitantes del exterior en Uruguay, me gusta compartir con ellos los sonidos más característicos de nuestro país. No es tarea sencilla: la riqueza de nuestra música reside precisamente en su diversidad y en una mezcla de influencias que, fuera de nuestras fronteras, suelen ser poco conocidas.

La música uruguaya tiene una identidad propia, pero al mismo tiempo híbrida. Por eso, para comprenderla en profundidad, es necesario primero presentar sus raíces: los estilos originarios que moldearon su personalidad sonora, y que luego dieron lugar a fusiones, transformaciones y nuevas expresiones a lo largo del tiempo.

Podríamos decir que hay cuatro pilares fundamentales que explican el sonido de la música uruguaya: el candombe, la milonga, la murga y el tango. Cada uno de ellos tiene un origen singular y una impronta cultural propia, pero todos han dialogado con otros géneros —como el jazz, el blues, el rock o la música latinoamericana— dando lugar a un paisaje sonoro complejo y en permanente evolución.

Pero los principios tienen su peso: la música uruguaya nace del entrecruce de la herencia africana —traída por los esclavizados durante los siglos XVIII y XIX— con las influencias europeas, principalmente de inmigrantes españoles e italianos. Esta combinación se manifiesta tanto en los sonidos urbanos como en las expresiones musicales rurales, conformando una identidad sonora única en la región.

1. Candombe: Reconocido como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO, el candombe tiene raíces afrodescendientes y nace de la fusión de ritmos de distintas etnias africanas esclavizadas durante la época colonial. Hoy se interpreta con tres tipos de tambores que conforman una cuerda: el chico (marca el pulso), el piano (lleva la base) y el repique (improvisa libremente). Es un ritmo montevideano por excelencia, nacido en la calle y para la calle, profundamente ligado al barrio, la danza y la comunidad. Aunque se ha convertido en un espectáculo en Carnaval, su esencia sigue viva en las llamadas barriales que recorren la ciudad al ritmo de los tambores.

2. Milonga: Surge del cruce entre el canto gauchesco, la guitarra española y ritmos de raíz africana. Se caracteriza por letras de tono poético o narrativo, acompañadas por un ritmo marcado en la guitarra criolla. Es la base de buena parte del folclore nacional y del canto popular uruguayo, y ha sido la plataforma desde la cual se han expresado trovadores y cantautores a lo largo del siglo XX, desde Alfredo Zitarrosa hasta Fernando Cabrera.

3. Murga uruguaya: Una adaptación del carnaval gaditano, transformada y apropiada en Uruguay como una expresión colectiva de crítica social, humor y poesía urbana. Se interpreta con un coro polifónico acompañado por una percusión particular: bombo, redoblante y platillos. Es una forma de crónica cantada que aborda tanto temas de actualidad como aspectos esenciales de la vida cotidiana: el barrio, la amistad, el bar, la memoria colectiva. Aunque nació ligada al Carnaval, la murga trasciende la fiesta y ha influido en músicos de todos los géneros.

4. Tango: Nacido en los arrabales portuarios de Montevideo y Buenos Aires como una mezcla cultural entre criollos, inmigrantes europeos y afrodescendientes. El bandoneón, junto a las guitarras y violines, define su sonoridad melancólica y profundamente expresiva. Aunque durante décadas fue más asociado a Argentina, Uruguay tuvo un rol protagónico en su gestación, y sigue siendo una parte vital de nuestra identidad musical.

A partir de estos pilares, la música uruguaya ha generado múltiples fusiones, en las que dialogan el candombe, la murga, la milonga y el tango con géneros globales como el rock, el pop, el jazz, el reggae o la música latina. Este proceso, que se intensificó a partir de los años setenta, dando lugar a estilos únicos como el candombe beat (Eduardo Mateo, Rubén Rada, El Kinto) o la murga canción (Jaime Roos) donde conviven sonidos del barrio con armonías del pop y el espíritu del carnaval.

Estas mezclas no solo aportaron innovación, sino también una nueva forma de entender la identidad: no como algo fijo, sino como una conversación permanente entre lo propio y lo ajeno, entre el pasado y el presente. La música uruguaya se reinventa constantemente sin perder de vista sus raíces.

En la actualidad, Uruguay sigue siendo un semillero de propuestas musicales originales. Desde la canción de autor hasta las nuevas formas del trap, el rap o la música electrónica, muchos artistas mantienen vivo el diálogo con los estilos tradicionales, ya sea de forma explícita o sutil. Jorge Drexler o Fernando Cabrera, por ejemplo, ha llevado elementos de la milonga y la murga a escenarios globales. Bandas como Cuarteto de Nos, No te va gustar o La vela puerca, que han incorporado influencias rioplatenses en el rock, mientras que proyectos más recientes exploran nuevas formas de expresión urbana con guiños a lo ancestral.

Dentro de los géneros bailables más populares, Uruguay desarrolló una escena propia conocida como música tropical uruguaya, que incluye versiones locales de cumbia, merengue y salsa, pero con un sello distintivo. Un subgénero especialmente representativo es la llamada plena uruguaya, caracterizada por ritmos contagiosos, uso prominente de teclados, percusión y letras simples o festivas. Grupos como Los Fatales, Karibe con K o Chocolate marcaron generaciones con esta música pensada para bailar, donde el acento rioplatense, los guiños al candombe y el espíritu popular definen una identidad sonora única en el mapa latinoamericano.

También vale la pena destacar dos formas expresivas que, aunque muy distintas entre sí, comparten el arte de la improvisación y la palabra como herramienta principal: los payadores (Julio Gallego, Carlos Molina, Abel Soria) que han mantenido viva la tradición oral de décimas que cuentan historias del ámbito rural, y los raperos (La Teja Pride, Peke 77, Clipper) que desde las calles urbanas canalizan inquietudes sociales y vivencias personales a través de sus beats.

Playlists:

Candombe: Desde el candombe puro de tambores (Cuareim 1080, Morenada, Yambo Kenia) hasta las primeras canciones que suman instrumentos de viento (Pedro Ferreira) o las versiones mas recientes (Valores de Ancina, Eduardo da Luz). Pero también en la fusión con el sonido beat y los instrumentos eléctricos (Ruben Rada, El Kinto, Hugo Fattoruso), con la milonga (Jorge Do Prado) y las versiones que suman sonidos de la música urbana y tropial (Bola 8), el candombe es una base fundamental de la música uruguaya.

Milonga: Guitarras acústicas tradicionales (Zitarrosa, Los Olimareños, Daniel Viglietti, Larbanois & Carrero, Numa Moraes, El Sabalero) o combinadas con otros sonidos (Dino, La banda de la luna azul,  Montevideo Blues, Fernando Cabrera, Jorge Nasser, Jorge Drexler).

Murga: El sonido tradicional del coro de murga (Patos Cabreros, Araca la Cana, Falta y Resto, Curtidores de Hongos), se ha vuelto canción (Edu Lombardo, Tabaré Cardozo, Canario Luna, Jaime Ross, Los mareados, Mauricio Ubal) fusionada con el rock, el candombe, la milonga y el tango.

Tango: Desde los cantores mas tradicionales (Carlos Gardel, Julio Sosa, Francisco Canaro) a los mas cercanos en el tiempo (Gustavo Nocetti, Francis Andreu) el tango sigue vivo, busca sus raíces comunes con el candombe (Lágrima Ríos, Malena Muyala), la murga (Los Mareados), el rock (Maia Castro) o la electrónica (Bajo Fondo).

[Una recomendación adicional: Montevideo Sonoro]

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martes, 27 de mayo de 2025

IA Podcast: Ética en la Era de la Inteligencia Artificial

Este segundo capítulo del podcast en español, presenta una discusión sobre los desafíos éticos de la inteligencia artificial (IA), explorando temas clave como la privacidad en el reconocimiento facial y la necesidad de consentimiento explícito. También cuestiona la toma de decisiones autónomas por parte de la IA, considerando la responsabilidad y la falta de contexto humano en situaciones críticas. Se analiza la originalidad de las creaciones generadas por IA y los debates sobre autoría y propiedad intelectual, así como las implicaciones éticas de usar asistencia de IA para tareas creativas y el posible reemplazo de trabajos humanos por automatización, destacando la velocidad del cambio y la concentración de poder. Finalmente, se plantean interrogantes sobre cómo la IA puede impactar la desigualdad social y la distribución del poder en el futuro.

Creado con inteligencia artificial utiliznado NotebookLM de Google.

Artículo original: https://www.detodounpoco.com.uy/2025/03/desafios-eticos-en-la-era-de-la.html

[Escuchar el podcast aquí]

martes, 13 de mayo de 2025

IA Podcast: Saber hacer preguntas

En este primer capítulo en español del podcast, se examina la evolución de las habilidades profesionales desde el simple saber hasta la capacidad de saber hacer y, crucialmente, resolver problemas. Con la llegada de la inteligencia artificial, se argumenta que la habilidad más valiosa se ha convertido en la de hacer las preguntas correctas. El autor comparte su experiencia personal para ilustrar cómo la resolución de problemas fue clave en su carrera, y cómo la capacidad de cuestionar y entender el contexto es esencial en el panorama profesional actual y futuro. En resumen, el texto destaca la importancia de pasar de la mera ejecución a la innovación a través de preguntas estratégicas.

Creado con inteligencia artificial utiliznado NotebookLM de Google.

Artículo original: https://www.detodounpoco.com.uy/2025/04/saber-saber-hacer-resolver-problemas.html

[Escuchar el podcast aquí]