Estoy otra vez en Waldfischbach – un pequeño pueblo en la Selva Negra a dos horas al sur de Frankfurt – pero ahora el frío se siente, y son poquitos (mínimos, pequeños, efímeros) los grados que intento combatir con campera, bufanda y boina, que han salido del fondo del ropero en el verano uruguayo al cambiar de hemisferio.
Hay frío, no nieve. Por suerte!? Nunca vi nevar, pero sí he visto los charcos de nieve en el piso, las patinadas y el agua sucia del hielo que se derrite mezclado con el polvo de las calles. Pero seguro Waldfischbach tiene nieves blancas, puras, navideñas. Es un lugar tan pequeño como prolijo y cuidado, con la rigurosidad alemana, y la calidez de los veteranos que sacan a pasear al perro o arreglan los jardines, como lo harían en Solís de Mataojo.
Frente a la computadora, estoy en cualquier parte – como siempre – saltando de un cliente a otro mezclando pendientes de una empresa norteamericana y otra finlandesa que operan en Uruguay, con crecimientos de algunas criollas representantes de marcas internacionales y también apoyando a unos catalanes que valoran nuestro conocimiento y flexibilidad para configurar su sistema, tal como me toca hacerlo en estos días aquí entre desayunos generosos y cervezas nocturnas.
Es un viaje de trabajo, pero aprovecho la gran ventana en la oficina para ver a través de la lluvia los techos rojos de las casas con humeantes chimeneas y paneles solares. Básico y tecno. Cómodo y sencillo. Fría y cálida. Así es esta Alemania que me toca visitar.
[Foto: Cartel con peso máximo permitido en Waldfishbach, GB (cc)]
.
.
No hay comentarios:
Publicar un comentario